¿Gallos de Pluma de León o Gallos de Boñar?
En
Boñar eran conocidos antiguamente como Gallos de Río
Desde que el criador de origen leonés, JAVIER ESCANCIANO, comprase la explotación de Tomás Gil, en La Cándana de Curueño, ha vuelto “la polémica”
Un artículo de MIGUEL DELIBES publicado en 1986 en el diario ABC, demuestra que existían LOS GALLEROS DE BOÑAR que se dedicaban a la cría “gallos de río, de pluma fina”
Texto y fotos: Eduardo García Carmona y varios más
¿Qué ha sido primero el huevo o la gallina?
Una
pregunta complicada de contestar porque mientras unos opinan que el huevo,
otros apunta a la gallina, ¿no?
El
caso es que aquí no pretendo polemizar más, lo mismo da pero para que exista el
huevo, tiene que haber gallina, ¿no?
Con
esta premisa vayamos a los GALLOS DE PLUMA PARA LA PESCA que unos apuntan que
para que sean tales, con esa denominación, han de ser gallos criados en los
alrededores del río Curueño y que si salen de esa zona de influencia pierden
tal condición. Nunca más lejos de la realidad.
Con el artículo escrito por MIGUEL DELIBES en el verano de 1986 y publicado en el diario ABC, se demuestra NO TODO LO CONTRARIO pero sí parte del éxito que está obteniendo el criador madrileño, de ascendencia leonesa, JAVIER ESCANCIANO, con su explotación a orillas del río Porma, en Boñar que, aunque no lejos del Curueño con el que se une kilómetros más abajo, está
consiguiendo una explotación única donde con su trabajo y mucho esfuerzo está llevando a aquellos gallos que “se perdían” o degeneraban perdiendo la calidad de su pluma, a que éstos vuelvan a ser los de antes, con un brillo, moteado, tersura, brillantez y calidad que hacía tiempo no se veían. Es más, puedo apuntar que
algunos pardos han “revivido” a su pasado glorioso y no digamos de sus INDIOS, donde el indio cristal, plateado o incluso el indio acerado está cobrando de nuevo “vida”. Y es que parte de todo aquello que nos legaban los criadores o galleros antiguos, puesto de manifiesto en el
MANUSCRITO DE ASTORGA, DE 1624, está volviendo en el siglo XXI, gracias al trabajo de éste criador.
Lo cierto es que no es “por arte de magia”, sino por el trabajo realizado por ESCANCIANO y su esposa el que se vuelvan a recurar “aquellos gallos” que parecía que
se habían esfumado de León para desgracia de miles y miles de pescadores y artesanos de las moscas de pesca.
Gracias,
Javier y para que cada uno saque las conclusiones que quiera, aquí está el
artículo completo del maestro MIGUEL DELIBES.
LOS GALLEROS DE BOÑAR, REPORTAJE DE MIGUEL DELIBES publicado en ABC en 1986
Especiales,
son gallos especiales, gallos que sólo se dan aquí, en estos pueblines, que
sale usted de ellos y ni en Nocedo, ni en Valdorria, ni en La Mata de la Riva,
ni en el mismo Boñar, que está ahí pegando, se crían. El por qué no me lo
pregunte, porque, mire usted, el que un pollín de estos se críe en La Cándana y
no se críe en La Vecilla, que está a un paso y más alto, es algo que no se
explica, pero así es.
Cada gallo va a juego con su gallina, o sea una gallina corriente, de esas rojas que ve usted ahí, no vale para el cruce, vale para huevos pero no para hacer pollos. La gallina tiene que ser negra y gris para la pluma india, con una collarina amarilla tal que así, por el pescuezo, que es de donde se saca la pluma que llamamos flor de escoba.
Los galleros de Boñar no se dedican a la cría de gallos de pelea, sino a la cría de gallos de río, de pluma fina. El gallo de Boñar (León), de una zona
concreta de Boñar -Ranedo de Curueño, La Matica, La Cándana, Campohermoso- es un gallo de pluma lustrosa y jaspeada, apropiada para fabricar mosquitos para la pesca de salmónidos. Al decir de los entendidos, el gallo que se cría en esa zona no puede aclimatarse en otra, pierde el lustre y, en consecuencia, su poder de
seducción. De ahí que el mosco de Boñar se cotice más alto que el mosco de otros pueblos y regiones. Y de ahí también el jubileo que esas plumas provocan, bien de pescadores que prefieren manufacturarse sus engaños, bien de fabricantes de moscas, bien de
los primeros que actúan como intermediarios y venden al por menor en la ciudad lo que compran en el campo al por mayor. «Alguno de esos ha hecho un dineral, menuda», le asegura al cronista AMELIA ROBLES, viuda, vecina de Ranedo de Curueño, que se gana la vida pelando trimestralmente dos docenas de gallos que ahora merodean en torno a la casa,
escarbando entre las boñigas, emitiendo triunfales quiquiriquís. Sus vecinos, «diez, once, no, doce, también crían gallos, como todos los habitantes de esta zona, porque aunque no nos hagan ricos, algo dejan». Conmueve el recelo de esta anciana que toma al cronista por un inspector que viene a husmear en los ingresos que le procura su
modestísima industria. Tras de la casa se empinan los prados y más arriba riscos cubiertos de nieve deleznable que empieza a fundir. El agua canta en las cárcavas y corre a engrosar el caudal del Curueño, al fondo del valle, que, más abajo, afluye en el Porma. En las faldas, entre río y montaña, bosques de robles con hoja de invierno. Matos de brezo y escoba, hirsutos, encogidos, sin florecer aún.
“Aquí, a Ranedo, los primeros gallos que hubo vinieron de La Matica. En La Matica, La Cándana y Campohermoso, yo he conocido estos gallos de siempre, desde que era chavala. En cambio, en Matallana, que está a un paso, ya no. Bonitos ya lo creo que son, pero hay que ver lo que comen, y de lo bueno no crea usted, que los mis
pollines se alimentan de maíz, trigo y cebada, más un poco de fresco que cogen de las alfalfas. Y, también de vez en cuando, los vacuno, una vacuna contra la cólera o la peste o como la llamen. Los vacuno de recién nacidos, sí señor, apenas echan la capa, una vacuna de la
botica, y luego los vuelvo a vacunar, cuando se tercia, que por un ejemplo, llega un día mi nieto y me dice: 'Abuela, a Fulano, el de La Matica, se le está muriendo un pollín'. ¿Se da cuenta? Entonces voy yo y los vacuno. Y como yo todos los vecinos del pueblo. Y así hasta otra. Hay que atenderlos, que un gallo de estos vale mucho dinero, hasta diez
mil pesetas, que una vecina mía vendió cinco el año pasado y cincuenta mil pesetas le dieron. Por eso, tanto los pollos como los huevos son especiales, que hay que ver la sustancia que tienen los huevos estos, que los de granja los echa usted en la sartén y se quedan aplastados, como la suela de un zapato, y éstos aumentan, se ponen
blanquines, se rizan, da gusto verlos. En cuanto a los pollos, si valen lo que valen es por el lustre, ni más ni menos, por la raza, que desde que nacen, una vez que a los siete meses les hago la limpia, la capa ya tiene brillo, unos más que otros, natural, que, por un ejemplo, como el de flor de escoba hay pocos.
Claro que para que le salga a usted uno bueno de flor de escoba hay que tener paciencia, aunque le advierto que el corzuno, que tiene la penca más fina y así como escalerada, también se paga muy bien. El lustre es de condición, como le digo, de raza, pero para que no lo pierdan, tiene que andar el animal al aire libre y al sol, que los encierra usted un par de días y ya lo han perdido. Y lo mismo si le saca usted de aquí. Saca usted un pollo de estos pueblines y en seguida se degenera y, en cambio, le lleva usted de aquí a La Matica y se queda igual,
qué digo igual, acaso mejor, ya ve qué cosas. Es como las gallinas de pluma india, esas grisinas que ve usted ahí tan guapas. Bueno, pues una gallina de esas mejor cría en La Cándana que en cualquier parte. Y tengo ahora veintidós gallos de pluma distinta, que cada luna la trucha quiere una diferente, por lo
general de negra a blanca, conforme van templando las aguas. Y he llegado a quitar catorce mazos del lomo de un gallo. La colgadera ya es otra cosa, se paga menos. Pero he tenido gallos que entre plumas de lomo y colgaderas me han dejado más de veinte mazos. Y si cada mazo tiene doce plumas y las pelas se hacen cada tres meses, eche usted cuentas. Tanto da en invierno como
en verano, sí señor, siempre que la pela se haga en menguante. El mazo puede valer hasta 500 pesetas, pero eso son los buenos, buenos, los más pasaderos no se pagan arriba de 150 ó 200. Una vez pelados, a los tres meses la pluma vuelva a salir, ni más fuerte ni más floja, aunque a veces la nueva tiene más lustre. Lo de pelar un gallo no tiene ciencia, mire, yo le cojo talque así, con esta
mano le sujeto y con la otra le voy quitando pluma a pluma, eso sí, sin tirar para arriba, con cuidado, empezando por el pescuezo y terminando por el rabo, Luego le quito todo alrededor y unas pocas colgaderas y, una vez que tengo doce plumas, ato los mazos con un hilín y las voy cosiendo en un cartón para
que el plumero las vea como es debido y al gallo le unto bien con aceite para que la pela dura no se le infecte. La vida de un gallo, como la de las personas, dura lo que Dios disponga, pero yo tengo gallos de seis años y cuanto más viejos son, mejores plumas me dan, o sea, más largas, de más obra. Por eso yo nunca sacrifico a los mis pollines, se me mueren de viejos. Y puedo decirle otra cosa: la carne de estos gallos es
más rica que la de los otros, tiene poco momio porque este gallo no es de ceba, pero sustancia, ¡ay, madre, qué sustancia tienen estos animales! ¿Si sube gente por pluma? Más cada día, y eso que el negocio está difícil, que hay que ver lo que cuesta hoy alimentar a estos bichos. Si le dijera que por un saco de trigo de cincuenta kilos estoy, pagando dos mil pesetas, no se lo cree. Y los mis pollines se comen un saco de esos en quince días, incluso ha habido meses de gastar tres sacos, que a mí me gusta echarlos a los pobrines y ellos nunca se sacian. Eso sin contar otras quiebras que hace tres años, con eso de la contaminación, la gente no pudo pescar y una servidora se quedó con toda la pela en casa. ¡Ni una pluma vendí!
Y lo mismo le digo de los bichos esos, el raposo o el garduño, o como los llamen, que el invierno pasado a mí me mató cinco pollos y treinta a la mi hija, hágase cuenta, pero de los mejorcitos, ¿eh?, muchos de ellos de flor de escoba, eso sin contar los pavos que cría para Navidad. ¿Mosquitos? Eso depende. Hay plumas de mucha obra de las que
salen hasta tres, pero lo corriente es uno o dos. De todos modos, si el mazo de plumas se vende a doscientas pesetas y el mosco a ochenta, ya ve usted si trae cuenta. Eso si no compra usted colgaderas, que tienen más obra y cunden más. Así es que los clientes suben de todas partes, de León, de Santander, de Bilbao, ¡hasta de Madrid suben, hágase idea! Pero a nosotros nos trae más cuenta que vengan los plumeros, los del oficio, porque aunque pierdas mil pesetas con ellos, te dan el dinero junto y se llevan todo, lo bueno y lo malo.
Para la mosca seca se usa una pluma especial, las colgaderas esas que son un poco ablancadas, o esas otras pequeñitas, de junto a la cabeza, que es peligroso quitarlas porque a lo mejor el gallo se muere. Yo sólo las quito a veces para complacer a una amistad, para un señor que responda, ¿me entiende?, que hay uno de Madrid que cada vez que viene por casa me pide unas plumas de esas, pero muy atento me advierte: 'Señora Amelia, si el gallo se muriera por esto, el día que vuelva por aquí se lo pago entero, ya lo sabe'.”
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