LIBROS PUBLICADOS POR Eduardo García Carmona...

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viernes, 21 de mayo de 2021

Jornada de pesca en el Coto de Felmín el encanto de la montaña leonesa…

 



Entre la gloria de Valporquero y las pintonas del Torío

En plena tierra de los Argüellos una delicia de paraje natural con Las Caldas de Getino cerradas

“Las ventas” de Gete y la casa de Paulino Gutiérrez “el guarda de El Castillo”

 

Texto y fotos: Eduardo García Carmona

 


Llegar a la orilla del río Torío y encontrar un día maravilloso en lo climatológico es señal de estar en la gloria. Así es porque hemos estado mis compañeros y yo: Benito Lozano, José Luis Méndez y Benigno Perfecto Sánchez en una de las zonas más brillantes de León, que son muchas.


La montaña de Los Argüellos la vislumbramos cuando subimos y bajamos la collada de Cármenes desde Villamanin, dado que tres acudimos de pesca desde Asturias y el otro desde León.

Toda la zona es una maravilla natural sin paragón y más en primavera cuando las urces y rosales salvajes están en plena evolución floral. Los contrastes de colores son múltiples porque hasta las


praderías ofrecen un manto especial de margaritas y otras flores. Con éste panorama y ya en Cármenes, en lugar de subir hacía Pontedo y Piedrafita, bajamos dirección al arroyo de Valvervín, afluente del río Torío, al que ya habíamos “saludado” por la margen derecha de la carretera escondido entre árboles y maleza que baja con poderío. Con la aportación del Valverdín, el Torío cobra más fuerza y ensancha algo. Aquí comienza el coto de Felmín, nuestro destino de pesca.


Con las miradas puestas en el río y los comentarios habituales de los pescadores, llegamos a Gete, donde un puente antiguo muestra la parte antigua junto al nuevo que une la localidad con la de Getino, que está un par de kilómetros más arriba. Por medio, el antiguo molino clausurado hasta en su hueco por donde volvía al agua al río.


Nos encontramos, antes de llegar al puente, La Venta de la Herrera, cerrada hace unos años, posada antigua para caminantes y pescadores llegados a estos lares a degustar la rica cocina de la montaña leonesa, esa cocina con pucheros de patatas con carne y similares, o las mejores truchas fritas que existían con tocino o jamón.


En ésta venta de La Herrera, donde se conserva el tendejón de verano para comer al aire libre, nació Paulino Gutiérrez, el guarda jubilado hace unos cuantos años en El Castillo, río Omaña, y que primero lo fue en Felmín.

Ya en el cruce, la venta más antigua de todas con casi dos siglos de existencia y una cocina casera exquisita que recomendamos. Es la Venta de Getino o Casa Amador, como se la conoce, aunque con anterioridad era LA VENTA DE AMPARO.


Amador y Mirta
son los actuales dueños y los que, desde hace un puñado de años, han seguido la tradición de una de las cocinas más deliciosa de todos los Argüellos. Tiene muchas especialidades y todas son excelentes. Nosotros siempre encargamos lo mismo: ensalada de lechuga de la huerta propia, con tomate y cebolla y cordero “asado-guisado” con patatas de casa que son una delicia. Los postres son caseros y Mirta una buena cocinera y anfitriona.

Una vez tomado el café con un orujo de miel y haber encargado la comida para la hora tardía de todo pescador, partimos para la “ceremonia”.

 


LA CEREMONIA DE LA PESCA

Vestirse de “traje de luces para la faena de la jornada” es otra historia. Antes, volvemos a “remirar” el río junto a Las Caldas de Getino, cerrada. Una pena porque siempre han sido un punto de encuentro de miles de personas para tomar sus aguas calientes ricas en sulfuros para reanimar las piernas, pies y cuerpo de cualquier humano que las necesite.

¿Por qué las han dejado morir después de una remodelación de hace unos años?


Nadie lo sabe pero, quienes acudimos allí creemos que se trata de una dejadez institucional y algo que había que mantener y conservar, NO ABANDONAR.

Con las termas de Las Caldas de Getino de testigos y bajo la sombra de un ciruelo, nos cambiamos poniendo nuestros “trajes de faena” y ajustando vadeadores, botas y cinturones. Después a preparar cañas y carretes.


Unos elijen la zona media, antes de Felmín, para pescar. Otros, un kilómetro, más o menos,  aguas debajo de Getino.

La mirada al río Torío nos demuestra que baja algo alto y tomado, con aguas frías, lo que presagia no una buena jornada de pesca pero, nunca se sabe.

El arte elegido es pesca a la leonesa y ninfa.


Como es algo temprano para la pesca a la leonesa, quien más, quien menos, de una u otra forma se decide por la ninfa.

A la hora de la comida pude comprobar que mis compañeros no habían tenido mucha suerte y, aunque habían  sacado algunos ejemplares, incluso de buen porte, tampoco habían disfrutado.

Quien estos escribe, en sus tres primeros lances, a eso de las 11,45 horas, tres truchas pequeñas pero, tres truchas a la mano. Creí qe el día sería maravilloso pero en los siguientes lances, más arriba de aquella primera tabla, arrastré alguna truchita más pero sólo eso.


La ninfa utilizada era una oreja de liebre, con un cuello lila brillante.

Como continuaban dando tirones de vez en cuando y no sacaba más, cambié la ninfa a una madera con bufanda naranja. Nada de nada. Puse el “gasolina” y comenzó la fiesta. Cada lance, prácticamente era una trucha. Todas ellas pequeñas pero poderosas. Pequeñas porque no llegarían a los 18 o 19 centímetros, aunque alguna mayor también salió a la mano. Una gozada.


Se terminó la historia a ninfa porque dejaron de morder al engaño y fue cuando comenzaron, a eso de las 14 horas, más o menos, a salir alguna mosca. Vi pululando un pardón y allá que puse la leonesa con el pardón de lino o esparto de fontanero y, al primer lance conseguí la mejor trucha. Después de algunos tirones, como las demás moscas no me daban el fruto apetecido, cambié algunas y sólo el pardón y “la carmonina” me daban algunas truchas.

Ni el lila, ni crema con costera, ni…ni, ni…sólo eran estas dos moscas las que me daban piezas, hasta que a eso de las 15,25 que saqué la última al pardón, dejaron de comer y, tras varios lances en tablas preciosas que tenían que dar fruto y no lo dieron, dejé de pescar, uniéndome al grupo que se había despojado de vadeadores y estaban refrescando la garganta en la terraza de Casa Amador. Habíamos quedado a las 16 horas para comer y, con unos minutos de retraso, ya estábamos en la mesa. Lo demás, ya lo ven ustedes en la mesa. Una delicia de comida y amistad.


Hasta el año que viene porque coger sobrantes es complicado para éste coto.

 

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