

Donde el río Luna se convierte en un mar de agua dulce.
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Texto y fotos: Eduardo García Carmona
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El paisaje es impresionante, montañas, agua y el verdor de los montes de pinos, robles y sabinares. Al frente, a lo lejos y en días claros, podemos divisar Peña Ubiña, el macizo más alto de Picos de Europa, en esta zona entre León y Asturias. A un lado, la autopista y el puente emblemático que construyó el ingeniero, Fernández Casado, y que lleva su nombre. Al otro, montes llenos de verdor y vida, salvo el desgarro de una veta de terreno que han querido explotar como cantera, cargándose una de las mejores zonas de sabinas de Europa.
La cita ha sido en el Club Náutico de Mirantes de Luna. Junto al embarcadero dormitan una docena de barcos y una veintena de roulottes y casas pre-fabricadas. Aquí comienza la aventura que les vamos a relatar.

Pese a ser las siete de la mañana, y cuando nuestra embarcación ya está saliendo, nos encontramos otro barco que se aproxima al embarcadero. Se trata de un buen amigo y conocido de gran parte de los pescadores de élite de toda España y, especialmente, de los aficionados a la pesca en León, con quien realizamos un reportaje, para Jara y Sedal, en el pantano de Riaño. Se trata de, Roberto Morán Vélez, varias veces entre los primeros en los Campeonatos de España de Pesca de Salmónidos, participante, con la selección española, en cuatro mundiales de pesca en esta modalidad, campeón autonómico de Castilla y León, provincial y Campeón de la Semana Internacional de la Trucha de León, en tres ocasiones. Un referente de la pesca a mosca seca en España, un buen montador de moscas y director de la Escuela Municipal de Pesca y Naturaleza del Ayuntamiento de León, que lo fue y ahora pre jubilado del ayuntamiento de León. Roberto, volvía al embarcadero después de unas horas en el pantano, habiendo comenzado la faena al despuntar el día. En su haber, una hermosa “pintona”, que les presentamos en el reportaje gráfico.

LAS CUCHARILLAS DE POCHI EL GALLEGO.
A pesar de las recomendaciones de Roberto, nosotros preferimos pescar con las cucharillas del maestro gallego, Pochi. Cucharillas especiales, del número cinco, “amaestradas” por este artesano y gran pescador, amigo de Julio Pérez Santos.
Antes, hay que revisar el material a emplear, comprobando su estado.


El motor principal de la barca se para, según instrucciones de Julio.



Es medio día y aprieta el sol. Las pintonas parece que ya no quieren entrar, por lo que decidimos relajarnos y volver al refrigerio. Goyo, saca una empanada de carne que él mismo había preparado, artesanalmente, en casa. Se trata de una “señora” empanada, a la que le dimos un “quite” que la dejamos tiesa. La cerveza, para unos y el vino en bota, para otros, sirvió de acompañamiento. Las cañas, colocadas en los laterales y parte trasera de la embarcación, continuaban pescando sin nuestra atención. De repente, otra vez el cascabel. Goyo, se acerca a la caña situada a 7 metros, a la que se le había puesto un rapala, simulando un pez. Deja la cerveza y la empanada y se dispone a sacar el ejemplar. Lo que primero se había convertido en alegría, porque hacía muchos minutos que no sonaba el cascabel, después se convirtió en desprecio. Se trataba de un escallo, de buen tamaño, que había tomado el engaño con ganas. Venía bien trabado. Poco después, otro toque. Goyo, vuelve a tirarse a por la caña. Se trata de un buen ejemplar, grita. Después de varias acometidas y vueltas de carrete, aquello se suelta y el lamento se oye en el pantano. El pez, trucha o lo que fuese, se había quedado para criar. Tampoco está mal.
LA ISLA DEL CONEJO


Buscamos un lugar para atracar el barco, algo que Julio consigue, aunque quien nos estaba conduciendo hacia el objetivo era Elías, que hacía de timonel. El capitán es el capitán.
Bajamos la cocinilla de gas, las neveras con bebidas y viandas y elegimos lugar donde poder estar cómodamente.
Compruebo que la isla es pequeña y rocosa. Miro alrededor y, salvo vegetación y pequeñas zonas verdes de hierba, poco más se veía. ¿Por qué la isla del conejo y en singular?. Mi pregunta, es contestada y con cachondeo. No se trata de que en la isla hubiese un conejo o conejos. Se trataba de otro tipo de conejo. Al parecer, es una de las zonas más visitada, en verano, por quienes tienen su embarcación en el Club Náutico de Mirantes de Luna. Ustedes mismos.
Unos buenos chuletones y lonchas de bacón, comenzaron a darnos un delicioso olor que nos abrió mucho más el apetito. La bota de vino no se dejaba descansar.





El curricán, para mí y con el respeto que me merecen quien lo practica, es una pesca sosa y aburrida, sin arte, donde sólo es necesario esperar a que el pez entre al señuelo. ¡Qué distinto es andar por el río viendo las cebadas y colocando la mosca por encima de las mismas, hasta que se consigue engañar a un buen ejemplar!¿Y el golpe de muñeca para trabar?. Después llega el éxtasis viendo como la "nueve pies" se curva y como se defiende la trucha, chapoteando el agua. Esa lucha con el pez que se quiere soltar. Ese soltar cola. La ida y venida del ejemplar hasta que cansado, extenuado se entrega a la sacadera. ¡Qué distinto!.
Continuamos pescando desde embarcación, dirección al puente sobre la autopista. Bajo el mismo muro de sujeción, comprobamos varios coches aparcados y varios pescadores practicando con sus cañas desde orilla. A su altura, otra vez suena el cascabel. Se trata, de nuevo, de un escallo de buen tamaño, que por ser escallo vuelve al agua.
Atravesando la línea oscura que existe sobre el agua, debido a la sombra que marca el propio puente, una nueva picada y otra vez el mismo tipo de pez.
Nos acercamos a la orilla y los más avispados, caso de Julio y Elías, nos indican a Goyo y a mí, un par de “banderillas” colgando de unas ramas de unos alisos, a un metro del agua. La menor profundidad y los obstáculos que marca la sonda, nos hacen desistir de destruirlas. No podemos acercarnos y cortar el sedal. La impunidad de algunos, al atardecer, o en la oscuridad de la noche, hace posible este tipo de pesca, con el que agonizan los ejemplares que toman el cebo, intentando, durante horas, desprenderse del anzuelo, hasta la extenuación y la muerte. El Seprona, debería vigilar más esta zona.

La tarde se va pasando y sólo llevamos una trucha más, aunque los escallos han vuelto a picar hasta conseguir siete ejemplares más. Al menos, el aburrimiento de media mañana se nos había quitado.
La temperatura del agua, según nos acercábamos hasta la cola del pantano, llegó hasta 15,6º, pero las truchas brillaban por su ausencia.
El recorrido de vuelta, hasta el embarcadero lo hicimos por la orilla contraria. Allí estaba la roca blanca, a la altura de Santa Eulalia de las Manzanas y el Prado Lagueyes que, como siempre que pasamos por la zona me indica “Maelín el de Santa Olaja”, compañero mío de pesca de toda la vida, nacido en Santa Olaja de Luna, pueblo desaparecido cuando hicieron el pantano y que dormita bajo las aguas, como siempre me dice, es el mejor indicador de lo lleno que puede estar el pantano. La roca es gris, aunque la marca del agua se hace visible al pintar de blanco la misma. Es la señal de los lugareños para saber si el pantano está más o menos lleno. Esa señal, prácticamente, ni se nota, lo que indica que se supera la altura de las aguas en muchas décadas.

La torre de la iglesia de Lagueyes, la espadaña, casi está totalmente sumergida. La caída de la tarde hace posible que haga unas fotos interesantes con la espadaña como objetivo.
Minutos más tarde, y a la altura de una enorme pared de roca caliza, donde pudimos comprobar, en un corte, un nido de alimoche, con dos crías, de nuevo vuelve a sonar el cascabel. Ahora sí se trata de un nuevo ejemplar de trucha. La novena y a la postre la última, porque después, en todo el trayecto hasta el embarcadero, no volvimos a sentir ni una sola picada.
La jornada finaliza con la puesta del sol y el saludo de Roberto Morán, que nos estaba esperando con un amigo.
En casi doce horas de pesca en embarcación, nueve ejemplares de trucha común, la mayor de unos tres kilos, y la impresión de insatisfacción en mi cuerpo por una pesca que no termina de llenarme, la pesca al curricán.