LIBROS PUBLICADOS POR Eduardo García Carmona...

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sábado, 3 de enero de 2009

PARA PERDERSE EN LEÓN: EMBALSE DE BARRIOS DE LUNA

Otra forma de pescar truchas.

Donde el río Luna se convierte en un mar de agua dulce.

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Texto y fotos: Eduardo García Carmona
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Estamos a la puerta de la montaña de Luna y Babia donde modernización y naturaleza nos saludan. Se trata de pasar una jornada de pesca, en embarcación, junto con tres amigos: Julio, Elías y Goyo. El primero, es el propietario de la motora que nos adentrará en la aventura de la pesca de la trucha, en pantano y a caña, con cucharilla, pero al curricán.
El paisaje es impresionante, montañas, agua y el verdor de los montes de pinos, robles y sabinares. Al frente, a lo lejos y en días claros, podemos divisar Peña Ubiña, el macizo más alto de Picos de Europa, en esta zona entre León y Asturias. A un lado, la autopista y el puente emblemático que construyó el ingeniero, Fernández Casado, y que lleva su nombre. Al otro, montes llenos de verdor y vida, salvo el desgarro de una veta de terreno que han querido explotar como cantera, cargándose una de las mejores zonas de sabinas de Europa.
La cita ha sido en el Club Náutico de Mirantes de Luna. Junto al embarcadero dormitan una docena de barcos y una veintena de roulottes y casas pre-fabricadas. Aquí comienza la aventura que les vamos a relatar.
Pese a ser las siete de la mañana, y cuando nuestra embarcación ya está saliendo, nos encontramos otro barco que se aproxima al embarcadero. Se trata de un buen amigo y conocido de gran parte de los pescadores de élite de toda España y, especialmente, de los aficionados a la pesca en León, con quien realizamos un reportaje, para Jara y Sedal, en el pantano de Riaño. Se trata de, Roberto Morán Vélez, varias veces entre los primeros en los Campeonatos de España de Pesca de Salmónidos, participante, con la selección española, en cuatro mundiales de pesca en esta modalidad, campeón autonómico de Castilla y León, provincial y Campeón de la Semana Internacional de la Trucha de León, en tres ocasiones. Un referente de la pesca a mosca seca en España, un buen montador de moscas y director de la Escuela Municipal de Pesca y Naturaleza del Ayuntamiento de León, que lo fue y ahora pre jubilado del ayuntamiento de León. Roberto, volvía al embarcadero después de unas horas en el pantano, habiendo comenzado la faena al despuntar el día. En su haber, una hermosa “pintona”, que les presentamos en el reportaje gráfico.
Tras el saludo y un pequeño aperitivo, con bota de vino por medio, nos alejamos pantano adentro. Partíamos deseosos de pasar una grata jornada de pesca, tras ver el bonito ejemplar que portaba “El Virutas”, como cariñosamente se le conoce a Roberto.

LAS CUCHARILLAS DE POCHI EL GALLEGO.

A pesar de las recomendaciones de Roberto, nosotros preferimos pescar con las cucharillas del maestro gallego, Pochi. Cucharillas especiales, del número cinco, “amaestradas” por este artesano y gran pescador, amigo de Julio Pérez Santos.
Antes, hay que revisar el material a emplear, comprobando su estado. Los carretes, especiales para este tipo de pesca al curricán, se encuentran listos. Las cañas, también. Vamos a emplear cuatro y habrá que soltar las cucharillas para que pesquen a diferentes profundidades. Julio, decide las mismas: 7, 10, 12 y 20 metros. Se montan unos artilugios especiales, los platos, para que el sedal se sumerja hasta las profundidades elegidas y se colocan los cascabeles en las puntas de las cañas, que nos servirán de alerta, en caso de picada.
El pantano de Barrios de Luna presenta una imagen como nunca había visto. Está lleno, como hace años que no recuerdo. Las orillas se muestran peligrosas, al menos en las zonas que, de costumbre, eran playas. De los árboles de estas orillas, chopos en la mayoría de los casos, sólo se ven la copa final, por ello es imprescindible encender la sonda y tener información, de primera mano, de los obstáculos que nos encontremos. También, nos indicará los peces que nos vamos encontrando y sus profundidades.
El motor principal de la barca se para, según instrucciones de Julio. Hay que aminorar velocidad y pescar con el motor auxiliar, de menor cilindrada, e ideal para velocidades cortas. Hay que pescar, al curricán, a una velocidad máxima de 1,8 nudos. Así se hace, según los expertos. Nos aproximamos a la orilla de Millera de Luna. Al timón se encuentra Elías. Pendientes de lo que ocurra con las cañas, Julio y Goyo. Observo movimientos, actuaciones y voy sacando fotografías de lo que veo alrededor: aves rapaces (alimoches, águilas...), garzas reales; orillas con hermosas flores con coloridos amarillentos, violáceos, blancos, rojos... La naturaleza presenta su mejor aspecto, tras una primavera repleta de lluvias en tierras leonesas. El día es espléndido y el sol comienza a calentar. Poco a poco nos vamos desprendiendo del forro polar y otras prendas de abrigo. Al final, en manga corta y... el cascabel que comienza a sonar. Rápidamente, Julio, se hace con la caña. Llega el primer ejemplar y no hace ni quince minutos que comenzamos la jornada. Efectivamente, la caña con 12 metros de profundidad nos ha ofrecido la primera trucha. Se trata de un buen ejemplar de trucha común, un poco delgada, pero con un peso que se aproxima al kilo. Satisfacción total cuando, Goyo, con la sacadera consigue que el ejemplar entre en la embarcación. Es la primera, pero pronto se consigue una segunda, tercera... y así hasta llegar a siete buenos ejemplares. Uno de ellos de casi tres kilos. Las cinco primeras se consiguieron próximas a la orilla, entre Mirantes y Millera de Luna. Las otras dos, próximas al puente de la autopista. Curiosamente, las cinco primeras entraron a una profundidad de 12 metros, mientras que las dos siguientes, a 20 metros de profundidad. Barrios de Luna, según la sonda, presenta profundidades de más de 60 metros, en las zonas medias, mientras que más próximos a las orillas, la media es de unos 30 metros. La temperatura del agua es buena, marcando entre 10 y 12º.
Es medio día y aprieta el sol. Las pintonas parece que ya no quieren entrar, por lo que decidimos relajarnos y volver al refrigerio. Goyo, saca una empanada de carne que él mismo había preparado, artesanalmente, en casa. Se trata de una “señora” empanada, a la que le dimos un “quite” que la dejamos tiesa. La cerveza, para unos y el vino en bota, para otros, sirvió de acompañamiento. Las cañas, colocadas en los laterales y parte trasera de la embarcación, continuaban pescando sin nuestra atención. De repente, otra vez el cascabel. Goyo, se acerca a la caña situada a 7 metros, a la que se le había puesto un rapala, simulando un pez. Deja la cerveza y la empanada y se dispone a sacar el ejemplar. Lo que primero se había convertido en alegría, porque hacía muchos minutos que no sonaba el cascabel, después se convirtió en desprecio. Se trataba de un escallo, de buen tamaño, que había tomado el engaño con ganas. Venía bien trabado. Poco después, otro toque. Goyo, vuelve a tirarse a por la caña. Se trata de un buen ejemplar, grita. Después de varias acometidas y vueltas de carrete, aquello se suelta y el lamento se oye en el pantano. El pez, trucha o lo que fuese, se había quedado para criar. Tampoco está mal.

LA ISLA DEL CONEJO

El agua comienza a cobrar más temperatura. De los 10º de primera hora de la mañana, pasamos a los 13,5º, y sólo son las 14 horas. Las truchas han perdido apetito y voracidad. El pantano parece muerto y no se mueve nada dentro del agua. Una ligera brisa acaricia nuestros rostros que comienzan a estar fatigados por las horas en la barca y el sol. Decidimos irnos a la “Isla del conejo”, para comer.
Buscamos un lugar para atracar el barco, algo que Julio consigue, aunque quien nos estaba conduciendo hacia el objetivo era Elías, que hacía de timonel. El capitán es el capitán.
Bajamos la cocinilla de gas, las neveras con bebidas y viandas y elegimos lugar donde poder estar cómodamente.
Compruebo que la isla es pequeña y rocosa. Miro alrededor y, salvo vegetación y pequeñas zonas verdes de hierba, poco más se veía. ¿Por qué la isla del conejo y en singular?. Mi pregunta, es contestada y con cachondeo. No se trata de que en la isla hubiese un conejo o conejos. Se trataba de otro tipo de conejo. Al parecer, es una de las zonas más visitada, en verano, por quienes tienen su embarcación en el Club Náutico de Mirantes de Luna. Ustedes mismos.
Unos buenos chuletones y lonchas de bacón, comenzaron a darnos un delicioso olor que nos abrió mucho más el apetito. La bota de vino no se dejaba descansar.

JORNADA DE TARDE

Después del refrigerio y unos minutos de diálogo, se decide volver a la faena. El sistema de pesca será el mismo y el recorrido, desde la isla, otra vez el mismo. Dirección Mirantes y Millera, para seguir bordeando el pantano hasta llegar a la zona del puente Fernández Casado y seguir hacia la caída de las aguas del río Luna al embalse.
Nada más salir de la isla, la sonda nos indica bancos de peces a diferentes profundidades. La temperatura del agua marca 14,5º, una buena temperatura para la masa importante de agua que hay. La temperatura del agua, es significativa para los peces. Ya no comen a tanta profundidad como por la mañana y las profundidades de los bancos de peces que muestra la sonda, así nos lo hace saber. Pese a todo, Julio, no quiere cambiar las profundidades. Como señuelos, un rapala a 7 metros, y a 10-12 y 20 metros cucharillas blancas con pintas rojas de Pochi, el gallego.
Otra vez, a la altura de las playas de Millera, suena el cascabel de una caña. Es la situada a 10 metros de profundidad la que nos ofrece la oportunidad de luchar con una trucha terciada, de no más de 500 gramos. Pese a ser la más pequeña en tamaño, tiraba con mucha fuerza y no se dejaba acercar. Lo cuento así, porque fue la única que me tocó sacar. Sentí una sensación distinta a cuando consigues una trucha en el río. La adrenalina no es la misma en cantidad. La emoción y tensión, sólo cuando suena el cascabel. Después, es como traer hacia ti algo que no has pinchado ni engañado con tus propias moscas. No, no y no... no me gustó conseguir la pieza. No tiene ningún arte. Se trata de tener un barco, buenas cañas y en poco arte que pueda tener esta pesca es saber colocar los engaños a las diferentes alturas o profundidades para que entren las piezas.
El curricán, para mí y con el respeto que me merecen quien lo practica, es una pesca sosa y aburrida, sin arte, donde sólo es necesario esperar a que el pez entre al señuelo. ¡Qué distinto es andar por el río viendo las cebadas y colocando la mosca por encima de las mismas, hasta que se consigue engañar a un buen ejemplar!¿Y el golpe de muñeca para trabar?. Después llega el éxtasis viendo como la "nueve pies" se curva y como se defiende la trucha, chapoteando el agua. Esa lucha con el pez que se quiere soltar. Ese soltar cola. La ida y venida del ejemplar hasta que cansado, extenuado se entrega a la sacadera. ¡Qué distinto!.
Continuamos pescando desde embarcación, dirección al puente sobre la autopista. Bajo el mismo muro de sujeción, comprobamos varios coches aparcados y varios pescadores practicando con sus cañas desde orilla. A su altura, otra vez suena el cascabel. Se trata, de nuevo, de un escallo de buen tamaño, que por ser escallo vuelve al agua.
Atravesando la línea oscura que existe sobre el agua, debido a la sombra que marca el propio puente, una nueva picada y otra vez el mismo tipo de pez.
Nos acercamos a la orilla y los más avispados, caso de Julio y Elías, nos indican a Goyo y a mí, un par de “banderillas” colgando de unas ramas de unos alisos, a un metro del agua. La menor profundidad y los obstáculos que marca la sonda, nos hacen desistir de destruirlas. No podemos acercarnos y cortar el sedal. La impunidad de algunos, al atardecer, o en la oscuridad de la noche, hace posible este tipo de pesca, con el que agonizan los ejemplares que toman el cebo, intentando, durante horas, desprenderse del anzuelo, hasta la extenuación y la muerte. El Seprona, debería vigilar más esta zona.

LA TORRE DE LA IGLESIA DE SANTA EULALIA Y EL PRADO LAGUEYES.

La tarde se va pasando y sólo llevamos una trucha más, aunque los escallos han vuelto a picar hasta conseguir siete ejemplares más. Al menos, el aburrimiento de media mañana se nos había quitado.
La temperatura del agua, según nos acercábamos hasta la cola del pantano, llegó hasta 15,6º, pero las truchas brillaban por su ausencia.
El recorrido de vuelta, hasta el embarcadero lo hicimos por la orilla contraria. Allí estaba la roca blanca, a la altura de Santa Eulalia de las Manzanas y el Prado Lagueyes que, como siempre que pasamos por la zona me indica “Maelín el de Santa Olaja”, compañero mío de pesca de toda la vida, nacido en Santa Olaja de Luna, pueblo desaparecido cuando hicieron el pantano y que dormita bajo las aguas, como siempre me dice, es el mejor indicador de lo lleno que puede estar el pantano. La roca es gris, aunque la marca del agua se hace visible al pintar de blanco la misma. Es la señal de los lugareños para saber si el pantano está más o menos lleno. Esa señal, prácticamente, ni se nota, lo que indica que se supera la altura de las aguas en muchas décadas.
La torre de la iglesia de Lagueyes, la espadaña, casi está totalmente sumergida. La caída de la tarde hace posible que haga unas fotos interesantes con la espadaña como objetivo.
Minutos más tarde, y a la altura de una enorme pared de roca caliza, donde pudimos comprobar, en un corte, un nido de alimoche, con dos crías, de nuevo vuelve a sonar el cascabel. Ahora sí se trata de un nuevo ejemplar de trucha. La novena y a la postre la última, porque después, en todo el trayecto hasta el embarcadero, no volvimos a sentir ni una sola picada.
La jornada finaliza con la puesta del sol y el saludo de Roberto Morán, que nos estaba esperando con un amigo.
En casi doce horas de pesca en embarcación, nueve ejemplares de trucha común, la mayor de unos tres kilos, y la impresión de insatisfacción en mi cuerpo por una pesca que no termina de llenarme, la pesca al curricán.